sábado, 13 de febrero de 2010

Amar...

¡Qué difícil vivir sin amor!... Muchas veces priorizamos la salud y el trabajo; pero si no tuviésemos una razón por la que vivir, alguien a quien amar y alguien quien te ame; no tendría sentido. Cuando amamos somos felices. No tenemos que hacer lo que queremos sino querer lo que hacemos.

Siempre nos preocupamos en amar a aquellas personas más cercanas a nosotros y es normal pues "el roce hace el cariño", pero es más difícil querer a aquellos a quienes no conocemos, a quienes nos han hecho daño alguna vez, a nosotros mismos.

Amar a los demás y a nosotros mismos es tener fe. Esto me enseñaron desde pequeño. Por circunstancias personales, aprendí a amar a quienes no había visto nunca y a quienes apenas había conocido. Estamos hablando de un sentimiento sin límites, sin fronteras que se extiende más allá de un horizonte, más allá de los sentidos humanos.

Aunque es lo que he ido aprendiendo, es difícil establecer un momento exacto en el que haya empezado a plantearme esto, quizá durante mi fase de madurez (todavía estoy en ella). Pero sí podría poner una situación en la que esto ha sido decisivo:

En septiembre comenzó una nueva etapa de mi vida, lejos de mi infancia, de mi familia, de mis amigos, del mar, de todo con lo que había crecido y convivido durante casi dieciocho años de mi vida. Aunque así lo decidí yo, fue duro. Afortunadamente con mi compañera de piso vino una parte de la vida que había dejado atrás pues hemos estudiado, crecido y madurado juntos durante toda nuestra etapa escolar. Aún así, faltaba la presencia de otras tantas personas, sobre todo aquellas con las que había pasado la mayor parte de mi tiempo. En ese momento me hizo fuerte el recuerdo de ellos, los momentos que había vivido, los que no... sobre todo el amor que me vinculaba a esos recuerdos. Fue entonces cuando aparecieron en mi vida nuevas personas que se convirtieron en un gran motivo para continuar aquí, fue esa sensación por querer y sentirnos queridos la que nos unió y todavía nos une. A este nuevo sentimiento por las personas que acababa de conocer y al amor de las personas que están lejos le debo mi permanencía aquí.

En la imagen, el mar es símbolo de lo que nos separa de otros seres humanos pero que a la vez nos une. El mar había estado en mi vida durante todos estos años y nunca lo había apreciado tanto como ahora. Está claro que todo es acostumbrarse, y yo lo estoy haciendo, cada día es menos difícil. En Navidad, cuando fui a casa, me metí en el agua de la playa y fue como llenarme de fuerza y vitalidad. Allí el tiempo se para, puedo mirar esa línea que separa el cielo del mar y simplemente pensar que tras ella hay muchas cosas por hacer, por conocer; muchas personas más a las que querer... mucha vida, mucho AMOR.

Joel

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