lunes, 15 de febrero de 2010

La música




Es francamente difícil, por no decir imposible, señalar una sola y única necesidad sin la que el hombre no pudiese subsistir o seguir manteniendo las cualidades innatas a su condición humana. El hombre no sólo necesita alimento, protección, seguridad, libertad, el amor del prójimo, o una entrada de tribuna para el Real Madrid-Villarreal; también precisa comunicar, transmitir, expresar, lograr escapar de la soledad impuesta por los muros físicos del cuerpo y extender su inexpugnable mundo interior más allá de esos límites. Y la música es un artefacto maravilloso que nos ayuda a ello, es un pequeño satélite que porta un mensaje desde nuestro diminuto planeta hasta mundos lejanos –o cercanos- donde otros extraños e increíbles seres descubren que no están solos, que hay más criaturas felices, tristes, con miedo, con temores, enamoradas o esperanzadas.

Podemos comunicarnos con el resto del mundo a través de la palabra, directamente somos capaces de decir “vaya, realmente hoy no he tenido un buen día, mi novia me ha dejado por un carnicero moldavo y mi gatita Kitty tiene lombrices en el intestino”. Bueno, es una situación algo esperpéntica –y desagradable-, pero muchas veces estamos ante sucesos igual de frustrantes y deseamos expresar esos sentimientos a los demás, o tal vez a nosotros mismos. La música, la escultura, la pintura, la escritura creativa y el resto de artes son vehículos de los sentimientos y por tanto transmiten emociones, al igual que la viva voz, pero además incluyen una propuesta estética que concede al mensaje una propiedad de perdurabilidad que de otra forma carecería.

Muchas veces me doy cuenta de que cuanto más importante es ese sentimiento que deseo traducir en algo tangible más horas me paso delante del piano, intentando construir las frases adecuadas para mi pequeña historia. Y ya me ponga la careta de escritor o me enfunde el disfraz de músico, el trabajo y el objetivo son los mismos, componer a partir de palabras o de notas aquello que –por su transcendencia o emotividad- deseo recordar a lo largo del tiempo; haciéndolo perdurable.

Bien, ahora hay que distinguir, es cierto que no toda expresión artística persigue un objetivo emotivo o intelectual. Jamás se nos ocurriría comparar el último disco de Bisbal con el segundo concierto de Rachmaninoff –el mero hecho de poner ambos nombres en la misma frase me incita a flagelarme a continuación-. Pero tampoco podemos culpar al señor Einstein de la hecatombe nuclear por haber puesto de manifiesto las propiedades energéticas del átomo. Las palabras, las notas, los colores… están ahí, a nuestra disposición, que luego cantemos Ave María o destruyamos Nagasaki es responsabilidad nuestra.

Pero no quiero perder el camino de mi argumentación y prefiero recordar muy brevemente uno de esos momentos en los que percibí esa sensación de eternidad que posee la música. Tendría unos dieciocho años, los Beach Boys acababan de lanzar su Good Vibrations… no… espera, creo que no hace tanto… Tendría unos dieciocho años y me encontraba en la entrañable ciudad portuaria de Liverpool, famosa por su equipo de fútbol y, sobre todo, por cuatro chicos despeinados que revolucionaron por completo la música popular. Precisamente una de las actividades turísticas más célebres de la ciudad es el Magical Mistery Tour, que consiste en montarte en un autobús como el de la película, que va recorriendo las localizaciones más significativas en la vida de los Beatles: la casa donde se crió John, el Strawberry Fields, Penny Lane… y para terminar la ruta The Cavern Club, el local en el que los cuatro comenzaron su paseo por la historia de la música y del siglo XX. Aunque no experimenté lo que Stendhal en su visita a Florencia, sí recuerdo que me embargó una extraña sensación de inmensidad. Allí, en esa especie de refugio antiaéreo de la Segunda Guerra Mundial, rodeados de las húmedas paredes que yo estaba tocando, hace cuarenta años habían iniciado su proceso de inmortalidad cuatro muchachos que perdurarán en la memoria mientras exista la civilización. Y todo a través de la música.

Si he elegido la música como elemento necesario en mi vida es por el increíble poder energético de las notas, que ordenadas adecuadamente nos hacen saltar, reír, llorar, conmovernos, y enamorarnos. Y ese sentimiento extremo es recurrente, puedes volver a experimentarlo una y otra vez, todo cuanto desees, porque es imperecedero y eterno. Cierto genio cinematográfico, bajito, feúcho, con gafas y esquizoide decía que él quería ser inmortal no a través de su obra, sino no muriendo nunca. Bueno, mientras esperamos a que la ciencia avance, la música mantiene en este mundo una imagen nuestra imborrable, mucho más vívida y fiel que una fotografía.

-José-

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