viernes, 19 de febrero de 2010

El Llavero Inerme

En la noche estaba completamente cómodo, seguro. Pero inexorablemente se hizo de día. Estaba desorientado, yo solo entre la nada. Paisajes adustos, naturaleza y hierba respiraba.

El sol me cegaba, me estremecía y me inquietaba. Al mismo tiempo me paralizaba.

No sabía cómo volver a casa. Ni norte ni sur. Ni derecha ni izquierda. Nada y todo. Sol y yagas. Solitario y cansado vislumbré un espejismo, o eso creía. Aun estimando la demencia de mi raciocinio, me aproximé ya que sin embargo me atraía.

Necesitaba resguardarme del sol y no vacilé abordar a ese ser, a la efigie de ese asilo que había creado mi mente al presagiar el calvario que padecería de no sentir esa falaz pero necesaria cobertura de mis sentidos.

La sentí con mis inexistentes dedos, ondeé su pecho sobre mi cabeza pero ella no me protegía del ardor del Sol en su totalidad.

Traté de modificar su posición con el fin de obtener una inefable ofuscación. Pero se hizo lentamente de noche. Y sintiéndolo mucho, me fui.

--------------

Enrique Fernández Prada

No hay comentarios:

Publicar un comentario